Atracciones

 Piazza dei Miracoli de Pisa: un nombre que ya es un "programa" en sí mismo. No se llama así por casualidad: Gabriele D'Annunzio le puso este apodo, impresionado por la belleza casi surrealista de esos deslumbrantes monumentos que se alzan sobre el césped. Desde entonces, el nombre ha permanecido en el corazón y la imaginación de todos los que visitan la ciudad.

Nada más llegar, uno se da cuenta enseguida de que no se trata sólo de belleza arquitectónica. El ambiente en sí es diferente. Hay un inmenso césped verde, meticulosamente recortado, y sobre él, casi ingrávidos, cuatro edificios parecen flotar en la luz. Todo es blanco, limpio, brillante. Y aunque hay turistas de todo el mundo, la plaza consigue mantener una extraña sensación de calma.

El primer monumento que llama la atención es el Duomo, dedicado a Santa María Assunta. No todo el mundo sabe que su construcción comenzó en 1064, en una época en la que Pisa era una de las repúblicas marítimas más poderosas del Mediterráneo. La fachada es un juego de mármoles, arcos y columnas. En el interior, el escenario es más sencillo pero lleno de detalles: un mosaico bizantino en el ábside, un púlpito tallado con minucioso cuidado, y luego columnas, capiteles, silencio.

Pero la verdadera estrella de la plaza, seamos sinceros, es la Torre, más pequeña de lo que muchos esperan, pero mucho más cautivadora. Su inclinación comenzó casi de inmediato, en los primeros años de construcción, en 1173. El suelo, demasiado blando por un lado, no pudo sostenerla, y desde entonces fue una batalla constante salvarla. Durante siglos permaneció en precario equilibrio, amenazada por el tiempo y el peso, pero hoy es estable, segura y está abierta a los visitantes. Quienes deciden subir sus casi 300 escalones se encuentran en lo alto de uno de los miradores más impresionantes de la ciudad. Desde allí se pueden ver los tejados rojos de Pisa, el río Arno a lo lejos y, en un día despejado, incluso las colinas pisanas.

Justo enfrente del Duomo se encuentra el Baptisterio, el más grande de Italia y uno de los más fascinantes. Su forma redonda, el tejado de doble cúpula y la alternancia entre los estilos románico y gótico parecen diseñados para captar la luz de forma diferente a cada hora del día. En el interior, la acústica es perfecta. Un solo sonido -incluso un simple "oh"- se multiplica por las paredes. Y luego está el púlpito de Nicola Pisano, una auténtica obra maestra de mármol donde cada figura cuenta una historia, una emoción, un fragmento de fe y arte.

Desplazándose hacia el lado más tranquilo de la plaza, se llega al Camposanto Monumentale. Se dice que la tierra de su interior fue traída de Tierra Santa, llevada a Pisa por caballeros que regresaban de las Cruzadas. Es un gran claustro, con arcadas que rodean un jardín y una serie de tumbas y sarcófagos. Antaño, las paredes interiores estaban totalmente pintadas al fresco. Algunos ciclos se han perdido, otros se han restaurado tras los daños causados por la guerra. Pero el aire interior es siempre el mismo: una sensación de sacralidad, memoria y una belleza sutil y profunda.

Si dispone de algo más de tiempo, merece la pena visitar los museos cercanos. El Museo de la Ópera del Duomo, por ejemplo, alberga muchas de las obras originales que antaño decoraban los monumentos, como estatuas, mobiliario sagrado, pinturas y reliquias. El Museo de las Sinopias, por su parte, es una pequeña joya para los amantes de los entresijos del arte. Aquí encontrará los dibujos preparatorios de los frescos, trazados directamente sobre el yeso: como un frágil y precioso anticipo de las obras que antaño iluminaron las paredes del Camposanto.

En Pisa, todo tiene tamaño humano, y la Piazza dei Miracoli tiene ese algo más. No se trata sólo de belleza estética, sino de esa rara sensación que surge cuando un lugar consigue reunir diferentes épocas, estilos y millones de miradas. Es como si, una vez que entras, el mundo se detuviera por un momento. Y esa pausa, esa suspensión, es quizá el verdadero milagro.